No me gustan las despedidas. Nunca me han gustado.
Me refiero a las despedidas "de verdad", esas en las que no sabes si te vas a volver a ver o no... las que pasan después de haber compartido mil experiencias. Pueden ser despedidas después de muchos años, después de unas semanas, después de pocas horas... de todo hay. Aquí lo que cuenta es la intensidad de la experiencia (no pensemos mal, eh?, esto es en modo amistótico sensible...).
Las lagrimosas despedidas después de los campamentos de verano... todo el mundo prometiendo escribir, "no nos olvidaremos nunca"... (nunca es el final del verano normalmente!).
Las espectaculares despedidas después de un mes estudiando inglés en un país anglosajón... Recuerdo que mis tíos me venían a buscar, y me esperaban acojonados, ligéramente apartados de la marabunta adolescente que intercambiaba besos, abrazos, lloros... más promesas de escritura, de quedar, de pasar a la eternidad. Todos con lo ojos como pelotas de ping pong rojas... Qué tiempos. La primera vez que ví a mi hermano dar los dos besos de rigor de despedida, fue cuando él volvía de uno de esos viajes. Mis padres y yo con la boca abierta hasta el suelo, en el aeropuerto de Santiago de Compostela. Era la primera vez que lo hacía... sin limpiarse ni decir puaj!
-Inciso en este punto: a cierta persona muy importante la conocí en uno de esos viajes. Tengo una foto suya con los ojos como esas pelotas de ping pong que mencionaba antes, que nos hicimos en un fotomatón en el aeropuerto de Dublín. La foto sigue en el corcho de mi cuarto, y las promesas de eternidad se han cumplido, al menos hasta ahora!-
Y las despedidas de la ciudad, mucho más silenciosas, pero más sentidas. Esa gente que compartía el día a día no lo vá a seguir haciendo. Tu casa ya no será tu casa. Tus lugares comunes, conocidos, van a cambiar por otros. Aquí es donde yo lloro más... Cuando me fui de la ciudad del Cid, lloré en el taxi desde la estatua del susodicho hasta renfe. El taxista (qué majo), me llevó la maleta hasta el andén e intentó consolarme. Al abandonar la de San Fermín, llevaba tal llorera en el tren que la señorita de la cafetería me invitó a una tila (muy maja también).
-Ahora que lo pienso... siempre hay un tren de por medio... hum...
Las despedidas de erasmus. Yo sólo tuve una, de mi querido negrito, la mar de desgarradora, sólo pensar en que no iba a verle nunca más me dejaba sin poder hablar de la congoja. No fui capaz ni de salir a las copas de despedida. Dije adiós en la puerta y lloré hasta quedarme dormida...
Las despedidas cuando vienen a verte tus amigos, los de verdad. Mi pudor no existe en las estaciones de autobús, tren, o aeropuertos. Tras un estupendo fin de semana, te pegas la berreada padre cuando te despides...
-mischicos, menos mal que nos vemos cada poco!!!
Y las despedidas de curro.
Había tenido una. Los compis me regalaron un libro de Harry Potter firmado. Aún lo tengo, y sonrio cuando leo las estupendas dedicatorias...
Pasé dos meses allí.
En este proyecto, he pasado más de 3 años.
No quiero despedirme, porque voy a volverles a ver. Me cambio de proyecto, no de empresa!
Pero siento un nosequé queseyó de no ver a toda esta gente por las mañanas, cruzármelos en el café, comentar las mejores jugadas del día...
Los indios se van a ir, y hoy me han hecho las últimas preguntas. Y a esos sí que no creo que les vaya a volver a ver...
Y no me despido. Me niego. Despedirse es como decir "se acabó". Reclamo mi derecho a mantener la esperanza en la eternidad... No voy a decir "adiós", ni "hasta luego", ni "hasta mañana". Voy a irme como si tal cosa, como si el lunes volviera.
Espero que mis compis de oficina no me lo tengan en cuenta como un signo de mala educación... No es eso. Es que yo lloro en las despedidas.
En realidad, no me despido porque no quiero que me veáis llorar.
INAUGURACIÓN EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA
Hace 2 horas
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