Buscar este blog

martes, marzo 11, 2008

Seguridad informática (Parábola de la discoteca y el restaurante)

Frustración.
Eso es lo que sentí ayer por la tarde en el curro, esta vez por algo totalmente técnico, nada que ver con mis agobios usuales de ginebras con pepino y granjas de pollos…
Procedo a explicar el asunto con uno de los ejemplos “para andar por casa” que me caracterizan. (Un día contaré mi metáfora del elefante en la frutería…).
El caso es el siguiente:
Una estupenda persona (a la que llamaremos “Manolo”), quiere asistir a una fiesta privada organizada en la discoteca Omni (famosa en el mundo entero). Es una fiesta la mar de molona y muy recomendada. Le han dicho de buena tinta que la fiesta está repleta de tías buenas, y al parecer es imposible salir de allí sin haber ligado. Manolo se ducha, se pone colonia y desodorante, su traje de los domingos, y se dirige a la discoteca.
Espera un ratito de cola, y por fin le llega el turno. El segurata de la puerta (contratado por la empresa WSDL, enorme cual armario y con muy mala leche) le pregunta el nombre. “Manolo”, contesta nuestro amigo la mar de nervioso. El segurata remira la lista, y resulta que no ve el nombre entre los elegidos para entrar. ¿Qué pasa ahora, mis estimados lectores?
Opción 1 (lo normal, lo que siempre pasa): Portero de discoteca cabreado le comunica a Manolo que no está en la lista y le echa con cajas destempladas.
Opción 2 (la que se escoge en este peculiar caso…): Portero de discoteca, sin inmutarse, se da la vuelta y aprieta un botón rojo en el que se lee la inscripción “destrucción total”. La discoteca Omni vuela por los aires en un enorme estallido de llamas. La gente que estaba disfrutando de la fiesta palma carbonizada. Ya no hay ni discoteca ni fiesta. Ala, a jugar a pala.

Manolo se vuelve a casa sin entender qué narices ha pasado, mientras escucha las sirenas que se acercan de la poli, los bomberos, y los chicos de CSI. “Hospital Central” decide hacer un capítulo de su décima temporada sobre la catástrofe. Los periodistas de los programas de sucesos ya se encuentran en la escena.
¿Qué te parece? La misma cara se me quedó a mi cuando vi lo que pasaba.
Evidentemente, el asunto se denunció pertinentemente (un lío enorme en los periódicos, los bomberos indignados, etc.), y se pidió a los organizadores de la fiesta que arreglaran el problemilla para que se escogiera la primera opción, y no fuéramos quedándonos sin discotecas…
Los maravillosos dueños de Omni comunicaron que la incidencia había sido resuelta. Y aquí llega la segunda parte de la historia:
El sábado siguiente, Manolo decide volverse a dirigir hacia la zona de marcha para socializarse un poco, conocer nueva gente y pasar una tarde agradable.
Como el lugar en cuestión pilla un poco a desmano, coge el autobús para llegar hasta allí. (Debo mencionar en este punto, amigo lector, que el sábado anterior Manolo también utilizó el autobús. Tiene un bono mensual, y sale mucho más económico que usar un taxi).
Esta vez Manolo no va a la discoteca. Después del susto del fin de semana pasado ni se atreve. El amigo va a un restaurante que está al lado.
Bonito paseo en bus, ve la parada al lado del restaurante, y aprieta el botón de “me bajo en la próxima”.
¡Pues va el autobusero y no abre la puerta! Le da toda la vuelta, y le vuelve a dejar en la parada en la que se subió.
Manolo flipa. No entiende nada de nada. Decide llamar a la compañía de autobuses, bastante enfadado…
En la compañía, una amable telefonista le comunica que, como no puede entrar en la fiesta porque no está en la lista de la fiesta privada, no se le permite bajar del autobús. Manolo, indignado ya, responde que él no quería ir a la fiesta Omni, el sólo quería cenar en el restaurante de al lado. La telefonista le contesta que entiende su crispación (nota, ni Manolo ni la telefonista son del PP), pero que no puede hacer nada. Si no está en la lista de Omni, no puede usar el autobús. Que lo tome con "talante" (nota, tampoco son del PSOE).
¿Cómo te quedas? Como diría mi amigo Ángel, “con las carnes abiertas”.
En mi caso particular, soy la dueña de la compañía de autobuses. Aguanto las broncas (normal) de Manolo. Tampoco entiendo muy bien por qué narices Manolo no puede bajarse del autobús a cenar en el restaurante. Por cierto que el restaurante también es mío. Así que encima pierdo una pasta porque no tengo clientes. Y por otro lado, los de Omni me dicen que “así son las cosas”. Que es la única forma de evitar explosiones.
Estupefacción.
A mí (como a ti, amigo lector), se me ocurren muchas formas de evitarlas. Desde tener la fiesta con entrada libre, hasta mi favorita, que es que el portero me diga que no entro y punto.
Pero, al parecer, nada de eso.
No hay manera de que Manolo salga el fin de semana. Así que se quedará en su casa, sin conocer tías buenas, sin posibilidad de procreación, y acabará solo y abandonado, dentro de su casa, sin poder salir ni a dar un paseo por el parque.
Por mi parte, creo que me voy a ir a otro sitio, donde pueda parar el autobús donde me de la gana y pueda tener todos los clientes del mundo en mi restaurante.
Mientras organizo la mudanza, planeo mi venganza.
Estoy haciendo acopio de “Manolos”, e intento abrir las puertas de emergencia del autobús, para que exploten todas y cada una de las discotecas Omni del planeta tierra.
Si alguien pregunta, “yo no he sido”.


Dedicado a Andrés, que aguanta mis cabreos y metáforas. Y, además, lee el blog!